Personas que tienen la suficiente confianza contigo para tratarte a patadas.

Ya no le sonreía de reojo, ni la miraba con un eres genial entre pestaña y pestaña. Ya no le daba abrazos por detrás para molestarla, ni le hacía cosquillas en las caderas. Ni siquiera en las rodillas.
Ya no le removía el pelo cuando sabía que se había molestado en arreglárselo. No le ponía caras entre discurso de un profesor y otro. No le quitaba el boli para que se concentrara en ella. No le contaba chistes, ni sus problemas.
Y quizás era eso lo que más sentía sobre todo.

Ser más amigo de
que al revés.

A él en cambio le entraban ganas de llorar cuando la veía sonreír. Sentía que quizás esas sonrisa le haría efecto durante todo el día. O que a lo mejor conseguía creer que ella era feliz.
Seguía preocupándose cuando notaba su mirada ausente, y su cara pálida.


Se quedo atrás,
y nadie se fijó.

Ni si quiera ella.

A veces sentía que una parte pequeñita suya se rompía en forma de olas y se iba con la confianza que ella depositó una vez en sus hombros; había decidido otra persona en la que pensar cuando lloraba.

Y desistió.