Las sudaderas están de moda (I)

El chico de la sudadera roja la miró, quizás analizando la expresión de sorpresa en su cara. O quizás mirando su pelo desaliñado después de unos kilómetros en bicicleta. Ella se hallaba poniendo el candado de su bici, y aunque él no lo sabía, le había estado observando.
Huelga decir que ya se conocían, y que los dos probablemente recordaban la penúltima vez que se vieron. Ella con vestido, y el con un esmoquin que no le quedaba excesivamente mal. Se sonrieron y allí acabó uno de sus múltiples inesperados encuentros. La última vez, era un día de lluvia: ella lloraba por dentro y él por fuera. Se reconocieron una vez más pero tenían cristal y metal de por medio y tampoco se saludaron.
Él siguió admirando como la sudadera que llevaba era de unas tallas más que la que él llevaba. Granate y rojo, la degradación de una pasión que jamás fue resuelta.


El chico de la sudadera azul la miró, quizás sorprendido por ver a alguien en esa plaza desierta. Su madre y su hermana pequeña también la miraron y ella enrojeció, si eso se pudiera apreciar de alguna manera. Ella bajó de la bicicleta y entró en el kiosco, pero él la seguía observando. Ella le reconoció, seguramente se habrían cruzado más de una vez, pero, ¿por qué la miraba de esa manera? Buscó su dinero en el bolsillo de su abrigo mientras notaba la mirada del chico clavarse en ella poco a poco. Puede que se preguntara si debía decir algo, si un contacto verbal haría menos incómodo un encuentro como ese.
Haciéndome el trabajo más fácil, ella siguió callada y se decidió a entrar en el establecimiento. Eso sí, no sin haberle contado un chiste malo al dependiente. Enrojeció más, pero él ya se había desinteresado en alguien tan normal como ella. O quizás no. Al salir él se hallaba unos metros de su bicicleta, con la de su hermana. Nada más salir de allí, él la volvió a mirar. Quizás para recordar ese encuentro, o quizás para no hacerlo. Ella salió huyendo como si su vida fuera en ello.


Y os preguntaréis, ¿a qué viene tanta historia acerca de nadie?
Quizás el hecho de que todos llevaran sudaderas no era una coincidencia, quizás el destino se hubiera lucido y habría destinado a la chica a toparse con personas con las que nunca -o eso me gusta creer- hablaría. O quizás el destino no exista y simplemente halláis leído una historia que os dejará indiferentes.
A mí desde luego no me bastaba con esto.