Entre olas, de nuevo (VII)

He vuelto de entre los recovecos más oscuros y profundos del mar, para intentar seguir transmitiendo (si es que alguna vez lo he conseguido): seguir transmitiendo en general, y seguir transmitiendo esta pequeña historia que empecé, y que sin principio ni fin ha conseguido animarme a volver a escribir un poco por aquí.
Me gustaría desear suerte a todos aquellos a los que se nos presentan nuevos horizontes, y nuevas mentalidades que asimilar.
Los cambios siempre han sido mi extraña debilidad.

Aquí os dejo, espero que lo sintáis tanto como yo, por simple que parezca.

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La encontré. Fue un poco extraño, después de tanto tiempo, y difícil.

Me sentí un tanto traicionada, como si después de todo lo que compartimos ni si quiera se hubiera molestado en fijarse en mí, cuando yo siempre había estado allí para ella. Lamentablemente me dio mucha rabia admitir que no tenía razón: en ningún momento nos comprometimos a un quid pro quo y y no podía reprocharle nada. 
Las reglas no escritas.
Esas malditas reglas que me impedían cogerla del brazo y preguntarle qué pretendía con todos sus dramas. Sus "preguntas magistrales" sobre la vida y la sociedad y sus malditas manías en cada esquina, persiguiéndola a todos lados.

Seguía tan distraída, tan evadida, como siempre. Caminaba como si el mar reprodujese música y ella tuviera que seguir su ritmo, sin caerse, por supuesto. Seguía tan descuidada por dentro, delicadamente observando todo aquello que ella nunca sería capaz de conseguir, o eso creía ella. Y, por supuesto, observaba igual de delicadamente cada poro en la capa de arena, cada línea de espuma, cada huella. 

Nos vimos interrumpidas, y no de repente, por un montón de personas. Olvidé mencionarlo, era temporada alta de olas y se acumulaban tablas y personas encima de ellas, persiguiendo sueños que se rompen al instante. Para variar, ella sonreía mientras les miraba. ¿Acaso le hacía feliz? Siempre había querido subirse a una de esas tablas y acababa abandonada en la orilla. En cambio ellos daban volteretas, giros y fruncían el ceño concentrados en mantener el equilibro y sabiendo que caerían tarde o temprano. Ella se reía cuando caían y les deseaba suerte murmurando entre su pelo revuelto y sin peinar con la excusa del viento.
Me acuerdo de ver a unos chicos salir y reírse con ella de un amigo que no conseguía coger ni una ola. Coger una ola, ¿qué expresión es esa? Yo jamás lo intentaría pero ella sería capaz de pensar en una manera metafórica de cogerla. Los tres se reían sin mirarse, sintiéndose especiales por disfrutar de ese instante y sin saber que se escaparía antes de que pudieran pensarlo.

Finalmente, ella se fue.
Volví a enfurecerme al saber que ni siquiera había pensado en mí. Salió de aquel sitio y en lo único que pensó fue en el chico de la sudadera. ¿Cuál? Ni tengo intención de descubrirlo, ni creo que fuese bueno para ella que lo descubrieseis. Quizás otro día, quizás no.

Hay personas a las que les gusta disfrutar, aún siendo infelices, gracias la felicidad de otros y nunca se dan cuenta de sí mismos. Muchas veces no podemos coger lo que queremos, y cuando por fin lo cogemos, se nos escapa, o el momento nos parece tan efímero que ni siquiera nos damos cuenta de que llegamos a tenerlo. El mar día a día me enseña cada una de estas reflexiones.

Lo único que de verdad espero que saquéis en conclusión de tanta agua salada y tan poco escozor, es que las heridas escuecen cuando se curan y las pequeñas siempre escuecen más

A mí ella me escoció demasiado, pero vuelvo a repetirlo, no podía reprocharle nada
Y ella: siempre reflexiva, nunca recíproca.